de Elena Touriño Lorenzo
Chano Rodríguez es un nadador excepcional. Y lo es no sólo porque a lo largo de sus treinta años de carrera deportiva haya participado en cinco paralimpiadas. Tampoco por ser el deportista paralímpico español con más medallas de oro, ocho, conseguidas en los Juegos de Sydney 2000 y Atenas 2004. Lo es, además, porque su historia es un claro ejemplo de cómo el deporte puede suponer un giro radical en la vida de una persona, de cómo la constancia y el compromiso pueden hacer surgir al campeón potencial que todos llevamos dentro.
La omnipresencia del agua
La suya es una historia paralímpica que se remonta a una infancia marcada por la omnipresencia del agua, primero en Cádiz y después en Vigo. “El deporte y yo no nos hemos encontrado por sorpresa y la natación es algo con lo que he estado siempre en contacto. Cuando me quedé en silla de ruedas fue impactante meterme por primera vez en el agua, pero descubrí las grandes posibilidades que tenía este deporte para las personas con discapacidad. En mi caso, la primera sensación fue y sigue siendo que es el sitio donde más a gusto me encuentro”, señala.
A esa infancia siguió una juventud en la que la rebeldía y el compromiso político lo llevaron a enrolarse en las filas de la organización terrorista Grupo Revolucionario Antifascista Primero de Octubre (GRAPO). “Era una España diferente, que venía de una dictadura, y había que tirarlo todo para renovarlo. De forma paulatina te vas metiendo en ese mundo, vas achicando tu perspectiva de vida y llega un momento en el que realmente piensas que lo que vas a hacer es lo que tienes que hacer”. Su participación en 1985 en uno de los actos terroristas de la banda lo llevó a la cárcel con una condena de 84 años. Allí fue donde sus órganos fallaron y perdió la movilidad en las piernas tras una huelga de hambre de 432 días para reivindicar la reunificación de los condenados del GRAPO en una misma prisión. “Sigo manteniendo mi compromiso social, pero le he dado un vuelco y he buscado otros objetivos. En aquel momento creí que sólo había esa salida y tiré por ahí”. La vida lo ha llevado después por diferentes derroteros, pero él mismo reconoce que “esa parte del camino forma parte de mí y no puedo renunciar a ella, aunque si pudiese la rectificaría y no caería en los mismos errores”. Admite también que el deporte le dio la oportunidad de tomar distancia, de reflexionar y de manejar diferentes posibilidades, con giro de 170 grados incluido, porque “los otros 10 grados van implícitos, están en mí”.
Con una forma de ver el mundo diferente pero manteniendo la misma esencia que ha guiado su vida desde siempre, Chano Rodríguez hace un balance positivo de su trayectoria, tanto personalmente como a nivel de lo que él denomina “la familia paralímpica”. “Hemos avanzado muchísimo y creo que es importante que se siga apostando por los Juegos Paralímpicos porque le damos visibilidad a una serie de problemas y a personas con unas cualidades diferentes”.
Un rol diferente del deporte que él ve como una forma de frenar el estigma de la discapacidad y que se refuerza con cada ciclo paralímpico. “Se han dado pasos de gigante. Antes de Atenas los paralímpicos en España no teníamos ningún tipo de plan especial, pero hoy en día el Plan de Apoyo al Deporte Objetivo Paralímpico (ADOP) es el garante de la continuidad de los deportistas paralímpicos en nuestro país”. Todavía se puede mejorar, nos cuenta, en el análisis conjunto de todos los Juegos Paralímpicos hasta el momento, como una forma de optimizar los recursos y respaldar el trabajo de los deportistas.
Peldaño a peldaño
En este mismo sentido, y a la hora de elegir los Juegos que más le han marcado, Chano no lo duda y señala las paralimpiadas de Londres 2012 como punto de inflexión. “Marcaron la diferencia porque con la mitad del presupuesto de Pekín hicieron unos Juegos muy buenos. Para los deportistas en general y para nosotros en particular fueron increíbles”. ¿Lo mejor? Una óptima planificación de la accesibilidad y el salto cualitativo a nivel mediático que se ha notado ahora en Rio y que ha permitido acercar el deporte paralímpico a un público más amplio. Este interés influye también de manera notable en la parte más puramente psicológica del deporte y el ambiente que un nadador se encuentre en el centro acuático puede llegar a influir en sus resultados. “Es un momento trabajado tanto física como mentalmente. Es algo único, la sensación es indescriptible porque sabes que ahí estamos los ocho mejores del mundo y hay que saber gestionarlo. Si no, o te hundes o haces una prueba genial, no hay términos medios”. Motivación a Chano no le falta, y aunque ha sido la primera vez que no sube al podio en unos Juegos, siente que las de Rio han sido las pruebas en las que mejor ha nadado, donde mejor se ha sentido técnica, física y anímicamente. “¿Qué me ha faltado? Veinte centésimas”, bromea.
Cada ciclo paralímpico es un esfuerzo nuevo, renovado, constante, y a nivel de natación es también una “renovación psicológica”. Por eso, con la vista ya puesta en los Mundiales que se celebrarán en México después del verano, Chano no esconde su intención de llegar a Tokyo 2020 y de hacerlo como abanderado. Ha cumplido ya su deuda con la sociedad después de la libertad condicional que le llegó en 1994 y ahora es “un ciudadano más”. Tiene méritos deportivos que lo respaldan y aunque admite que con casi 60 años la recuperación física no es la que era, “después del Mundial vamos a analizar los resultados e iremos subiendo escalón a escalón”. Porque así, peldaño a peldaño, marcándose metas accesibles y explotando al máximo sus cualidades innatas para la natación, es como Chano Rodríguez ha llegado a ser uno de los mejores deportistas paralímpicos españoles de todos los tiempos. Y ahora que su compromiso inicial con la política se ha transformado en un compromiso de corte más social, comparte sus experiencias en la vida y en el deporte con gente joven a través de charlas y conferencias para que ellos aprendan a valorar las inmensas posibilidades que tienen hoy en día, para que sus perspectivas no se achiquen y para que empiecen a entender lo que pueden significar esas 20 centésimas, esos 170 grados.